Carta de Monseñor Rosolino Bianchetti Boffelli a las Comunidades de la Diócesis de Quiché con ocasión del reconocimiento del Martirio de los sacerdotes: Padre José María Gran, padre Faustino Villanueva, padre Juan Alonso y 7 Laicos:
Queridos Hermanos y Hermanas,
Con emoción y con un corazón lleno de gratitud hacia el Señor de la Vida, les comunico que el Santo Padre Francisco ha reconocido el martirio de los Sacerdotes José María, Faustino, Juan y los laicos Juanito, Rosalío, Miguel, Reyes, Tomás, Nicolás y Domingo.
Esta noticia nos llena de mucha esperanza, como Iglesia que camina en las tierras de Quiché; tierra regada con la sangre de nuestros mártires. Su causa como sabemos fue presentada a Roma en el año 2013, después de un minucioso trabajo en el que se recogieron muchos testimonios sobre ellos, sobre todo en las comunidades donde llevaron adelante el compromiso como discípulos misioneros de Jesús, hasta derramar su sangre por el Reino de Dios.
Como Jesús nuestros mártires pasaron en este mundo haciendo el bien, siguiéndolo como Maestro y Amigo. Su vida se caracterizó por las obras como promotores de la justicia, de la paz y de una vida que estuviera de acuerdo al proyecto de Dios, nuestro Padre; impulsados por el amor a la verdad, la justicia, la libertad y por los pobres y excluidos. Desde sus comunidades quisieron construir una vida más digna, disminuida por las injusticias, la codicia y la discriminación; así fueron asumiendo día tras día el proyecto de Dios. Hasta el día de su martirio trataron de abrir espacios para ofrecer a todos una alternativa de vida frente a políticas gubernamentales de muerte expresadas mediante la represión, los secuestros y las masacres.
Derramaron su sangre siguiendo a Jesús con fidelidad y coherencia; las palabras de Jesús “No teman a los que matan el cuerpo” (Mt.10,28) han orientado su existencia y animado su espíritu, de esa manera se hicieron hasta audaces en la misión que asumieron con todas las consecuencias que eso significaba: entregar su propia vida. Su objetivo fue ponerse al servicio del Reino de Dios, llevando la tarea, en medio de una persecución declarada a la Iglesia, en sus miembros comprometidos en sus comunidades.
¿Qué es lo que sostuvo a nuestros mártires para que no se echaran para atrás, a pesar de las amenazas de muerte? Ciertamente fue la experiencia de sentirse amados y acompañados por el Señor y de esa manera fueron auténticos y valientes evangelizadores.
La historia de la pasión y muerte de Jesús y de nuestros mártires es una historia de amor porque “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn. 15,13).
Ellos amaron profundamente a sus hermanos y hermanas, buscando el bien común que no se podía alcanzar sin la fuerza de la verdad.
Nuestros mártires fueron hombres fieles a su vocación cristiana en las circunstancias históricas en las que les tocó vivir, se fueron santificando viviendo en el mundo sin ser esclavos de la mentira, las injusticias y la deshumanización. El mandato de Jesús de ser luz del mundo y sal de la tierra lo asumieron con mucha entrega. Llevaron la misión de Jesús sabiendo que la contribución a una Guatemala distinta significaba recorrer un camino que siempre lleva riesgos para los que se ponen al servicio del Reino de Dios. En fin, soñaron y se empeñaron para construir una Guatemala distinta, fundada sobre los cimientos de la verdad, la justicia y el amor fraterno. El martirio de nuestros mártires se transformó en una valiente denuncia de un sistema de muerte. Los mártires y todos los verdaderos testigos de la fe dan la razón a la cruz de Cristo y hacen posible la esperanza de un futuro distinto, de una humanidad renovada “de un cielo nuevo y una tierra nueva” (Isaías 65,17). Ellos han dado sus vidas para que se mantenga siempre viva en nuestras comunidades la esperanza y el compromiso que nos ha dejado el Señor Jesús.
En la debilidad de sus cuerpos mortales dieron lugar a que se hiciera presente la fuerza del Señor resucitado y aunque a los ojos de sus perseguidores su muerte les pareció inútil, la verdad es otra: ellos viven para siempre y la Iglesia nos los presenta como testigos fieles y ejemplos a seguir. Ellos desde la plenitud de la vida que han alcanzado nos acompañan con su intercesión (Cf. Ap. 7,9-17). Testigos del Reino de Dios en nuestra tierra de Quiché, torturados y masacrados, son nuestros compañeros de camino e intercesores ante Dios.
Con el reconocimiento de su martirio, la Iglesia de Guatemala, y sobre todo la Iglesia que camina en el Quiché, está llamada a fijar su corazón en el testimonio de nuestros mártires y al mismo tiempo es un estímulo a continuar la tarea que ellos marcaron con su propia sangre.
A todos y todas les invito en primer lugar a dar gracias a Dios por el reconocimiento del testimonio y martirio de nuestros mártires por el Papa Francisco; les animo a entrar y a participar al camino que juntos emprenderemos durante estos meses previos a la celebración de la Beatificación; y que penetre en nuestro corazón con toda su fuerza el testimonio de nuestros mártires, verdaderos y auténticos discípulos de Jesús de Nazaret.
En este momento tan significativo para nuestra Iglesia de Quiché, nos acompañe la Madre de Jesús con su intercesión, escuchemos su consejo: “Hagan lo que él les diga” (Jn. 2,5), es el consejo que practicaron nuestros mártires sellándolo con su propia sangre.
Fraternalmente,
+ Rosolino Bianchetti Boffelli
Una memoria viva de nuestros mártires en nuestras comunidades
A lo largo de los años las comunidades de nuestra diócesis han mantenido viva la memoria de quienes han entregado su vida después de haber seguido a Jesús en la misión de hacer que el Reino de Dios se hiciera presente en sus comunidades. Gracias al testimonio de quienes pudieron, no sólo convivir sino trabajar codo a codo con nuestros mártires, hoy en día podemos tener un conocimiento más profundo acerca de su vida de fe y de cómo, en medio de una situación muy difícil, pudieron decir sí al Señor.
Son numerosos los testimonios que dieron respecto a hombres y mujeres que han derramado su sangre por el Evangelio en nuestras tierras. Desde el tiempo en que Monseñor Julio Cabrera estuvo como obispo de nuestra diócesis se recogieron muchos testimonios que fueron puestos por escrito en los libros Dieron su Vida I y II.
Este material ampliado con otras declaraciones fue entregado a Roma en la Congregación de la Causa de los Santos en el mes de marzo de 2013. Toda esta información que salió de las comunidades en donde trabajaron los tres sacerdotes y los siete laicos, sirvió como base para que hoy nuestra Iglesia, por medio del Papa Francisco, los reconozca como mártires.
Juntamente a esta información, hay que resaltar la memoria viva que está presente en nuestras comunidades sobre el testimonio que ellos dejaron. Memoria que se ha mantenido viva mediante celebraciones anuales en los aniversarios de sus martirios, peregrinaciones a los lugares donde fueron martirizados, dramatizaciones, vigilias y cantos.
Esta memoria se mantiene latente y más viva que nunca; gracias a nuestros mártires la Iglesia de Quiché avanza acompañada por su testimonio esperanzador para construir así el Reino de Dios entre nosotros.